diciembre 18, 2012

Heme Equis.


Trate de explicar a un extranjero las múltiples formas de pronunciar la letra x en México. Ahí lo quiero ver.  

Xola [shola], Xochimilco [zochimilco], México [méjico], Ixtapa [icstapa]. Sólo unos ejemplos de la multiplicidad que refiero. Entiendo algunas, pero no todas las acepciones fonéticas de la letra. Entiendo, por ejemplo, cuando funciona como jota, porque la letra griega x funciona así. También cuando suena como ce-ese, porque así sonaba la equis en latín. ¿Pero cómo es que se le dio el valor de ese-hache o de zeta? Tengo una teoría.

Imagine a un español cualquiera en la meseta del Anáhuac, a principios del siglo XVI —recuerde que los que vinieron acá eran predominantemente españoles cualquiera— enfrentándose a los idiomas nativos de América. Imagínelo, no digamos tratando de entender, sino tan sólo tratando de transcribir lo que decía un maya o un mexica. Imagino que cada vez que un cronista intentó llenar sus libretitas forradas de piel con las andanzas de los ebrios marinos, de los ladroncillos monásticos y de los burgueses secundarios de España, debió encontrarse con serias dudas ortográficas al momento de escribir nombres de personas o lugares locales y tuvo que resolverlas al vuelo para seguir teniendo entre sus manos un texto vigente.

No entraré en la discusión de la calidad literaria de las primeras crónicas, escritas en castellano, de lo que sucedía en América, ese tema me tiene sin cuidado. Procedo mejor a explicar mi teoría. 

La equis tiene una forma básica pero enormemente significativa. En algunas añejas sociedades europeas se usa como la representación religiosa de San Andrés, de quien se dice que murió crucificado en una estructura de madera que tenía esa forma. Pero en otras, y aquí es donde quiero hacer hincapié, la imagen gráfica de la x equivale a realidades más simples.

En álgebra moderna —uso este término tan sólo para diferenciarla del álgebra primigenia, no para situarla en alguna época histórica— se usa la equis para simbolizar una incógnita. La razón es sencilla. Los árabes utilizaban una palabra, cuyo fonema era [shei], para designar una cantidad desconocida. Al pasar esta ciencia a los griegos, el fonema permaneció, pero la grafía de la palabra se convirtió en xei.* La reducción al simple uso de la letra x fue sólo cuestión de tiempo. 

También se dice que el uso de la x como incógnita procede de la palabra griega xenos [jenos]*, que significa foráneo o extranjero. Teoría estimulante, sin duda, aunque evidentemente menos probable que la anterior. De aceptarla, tendríamos que afirmar que los sabios griegos se refirieron poética o metafóricamente a una cantidad desconocida como una cantidad ajena, extranjera, que venía de fuera.

Interesantes posibilidades, ¿no lo cree? Una más directa y la otra con más retruécanos románticos, pero ambas sugerentes. Le explico entonces lo que ya viene siendo evidente, la conclusión de mi teoría de la esquizofrenia fonética de la equis en México y en varios lugares de Latinoamérica. 

Volvamos tras el hombro de los primeros cronistas españoles en nuestro continente. Elijamos uno, parémonos detrás de él, acompáñeme. Imagine ese hábito sucio de fraile (o de fraile sucio), con ramas secas y manchas de aceites ignotos. Imagine una habitación fresca, con piso de tierra. Quizás el ambiente hiede a copal quemado. El encapuchado está inclinado sobre una mesa forrada con fibra de maguey, anotando con exactitud sonora lo que el indígena dice, aunque sin saber qué carajo está escribiendo. Son las primeras impresiones de un mundo nuevo, el periodismo en su forma más primitiva, el enfermo afán del explorador y del misionero de abarcar todas las visiones. 

De pronto, surge el primer fonema extraño. Es una consonante, ¿pero cuál? El fraile no puede perder tiempo, la voz del indígena no para. Registra, registra todo, por dios. No se atrasa. Pronto habrá traductores y él tendrá que leerles todo esto para que le digan qué significa. Quizás sabiduría milenaria, tal vez sólo balbuceos profanos. Quién sabe.

El fraile anota una equis cada vez que no encuentra una letra latina para representar un sonido, dejando impresa la incógnita para pensarla después, cuando no tuviera que seguir escribiendo, porque la voz del indígena no para, es eterna y continua, como el tiempo.

Aunque en ese momento lo ignoraba, el fraile no estaba representando una incógnita en sus textos. Estaba, dios me libre, inaugurando nuevos horizontes para la letra equis en un nuevo idioma español-bastardo, dotándola de nuevos sonidos, de más vida. La equis se convirtió entonces —esta es mi tesis— en la representación escrita de los sonidos indígenas que ignoraban los cronistas porque no tenían correspondencia con su propio idioma, de esas inflexiones del náhuatl que les resultaban ajenas, que sobrepasaban la tozudez de sus oídos. 

El náhuatl, un colorido lenguaje, como el del tzentzontle, sobrepasó la capacidad de expresión sonora del castellano. ¿Qué le parece? ¿Será cierto? En todo caso mi recomendación es que usted y yo lo adoptemos como cierto y que, cada vez que pronuncie una equis en Centroamérica, respire hondo y llene sus pulmones de ese agradable y fresco viento —en su momento el más transparente— que hoy llamamos simplemente orgullo.

* [Los caracteres griegos se sustituyeron automática y arbitrariamente a latinos. No supe cómo corregirlo, ofrezco disculpas]

abril 09, 2012

Vagas relaciones entre lo creíble, lo increíble y lo bello



Me excitaba lo fortuito del asunto, el vértigo de la pura casualidad.
No tenía sentido y, por eso, tenía todo el sentido del mundo.
The locked room, Paul Auster.


Cinco días en cama me han hecho dudar. Lo importante –para mí, en todo caso— no es tanto la duda como su objeto. ¿Qué es lo que perdió solidez? ¿Qué es eso que se tambalea entre las sábanas sudorosas y también dentro de mi cabeza? Esa es la cuestión. Vamos, la duda en sí también debe valer algo, me imagino, pero siempre me ha parecido más importante lo que se está poniendo a prueba que la prueba. Nunca estuve de acuerdo con esa perorata de “lo importante no es la respuesta, sino la pregunta" ((los clásicos dixit), los intelectuales dixit).

Los últimos días han sido intrascendentes. Tan intrascendentes como la trascendencia que se busca todos los días. Ha sido curioso que chocara con la lentitud de las horas en una ciudad como esta, Barcelona, que es una cosa viva de tiempo acuoso. Y que además fuera en un momento como este, la semana santa, que conmemora justamente la trascendencia del tiempo, su abolición.

Con la espalda trozada y la imposibilidad como punto de partida, me refugié –quién no, cuándo no— en algunos libros. Siempre me había mostrado reacio a leer a Auster por causa de un prejuicio fácilmente localizable: gente con lentes de pasta lo lee. Y, peor, gente con lentes de pasta lo cita.

Al final abrí su Trilogía de Nueva York. Después otro y otro y uno más.

Los temas recurrentes del autor me resultaron claros y tristes, pero sobre todo claros: la soledad y el silencio como condiciones de posibilidad para el conocimiento de uno mismo; el lenguaje como el principal obstáculo de apertura hacia la otredad; la tendencia a reducir las necesidades básicas hasta su mínima expresión como posibilidad de la libertad; la paradójica aparición del deambular constante y el sedentarismo monástico como opuestos atractivos; la necesidad de perseguir y la ulterior conversión del buscador en el buscado o en algo muy parecido a lo que busca. Pero hubo uno que me resultó a la vez evidente y fundacional: la apariencia del azar, la coincidencia y la interconexión de historias como condición de posibilidad para la creación biográfica.

No es el primero ni será el último. Es más, en cierto sentido toda la literatura se funda en esos tres últimos axiomas. Y es que, seamos sinceros, a quién le interesaría leer una historia en la que no sucede algo casi imposible, algo extremadamente raro y terrible o, al menos, algo extraordinario. Por eso en las buenas novelas siempre hay muertos, gente a punto de morir, transformaciones, peligro, amores y coincidencias notables, traiciones graves y hechos sobrenaturales: magia o rareza. Entonces pienso en una posible paradoja: la buena literatura, dicen los críticos clásicos, ha de ser verosímil; pero, por otro lado, una buena historia suele escapar de lo ordinario. La cuestión que nos hace creer que estas dos condiciones son contradictorias radica en que entendemos que lo más creíble se identifica con lo más posible, cuando en realidad, puede ser que la cosa no sea así.

Cuando nos sucede algo fuera de lo común, algo inesperado, solemos calificarlo como “increíble”. Y es que nuestra vida está casi siempre amarrada a la gigantesca roca de lo “esperado”, lo “lógico”, lo “común”. Pero el mundo está lleno de situaciones que escapan a estos adjetivos. Si yo dijera que estuve a punto de subirme a uno de los aviones que se estrellaron aquel once de septiembre, seguramente nadie me creería. Sin embargo, es muy probable que algún pasajero se haya quedado dormido ese día y haya perdido el vuelo. Cada vez que se sortea un auto o un viaje entre quienes hayan recortado la caja de cereal, hay un ganador. Todos los días hay recuperaciones milagrosas en los hospitales del mundo y cada vez que hay un superviviente en una catástrofe, ese superviviente tiene nombre y apellido, familia y conocidos.

La literatura da cuenta de una sociedad. Pero el conjunto de individuos que conforma una sociedad excede por mucho al conjunto de historias que conforma la literatura que la refiere. Así, el escritor se ve obligado a buscar una historia que valga la pena contar dentro de esa sociedad, sea verídica o ficticia (la historia o la sociedad). Pero si la historia no sale de lo ordinario, no vale la pena contarla. Es así de sencillo.

La etiqueta de verosímil, al colocarla en una obra literaria, se vuelve entonces ambigua y borrosa. Más nos valdría mejor invertir la fórmula. En lugar de decir que la verosimilitud es una condición necesaria para que una obra literaria sea bella, hay que decir que la belleza de una obra condiciona su verosimilitud. En otras palabras, la posibilidad de la ficción no tiene que ver con su acercamiento a la realidad, sino a la belleza. En ese sentido, una obra será más posible, más creíble, cuanto más bella sea, y no cuanto más se acerque a la realidad de todos los días, que, por otro lado, ofrece muy poco para referir por escrito.

Bienvenidas han sido, son y serán siempre las historias increíbles.

marzo 26, 2012

Pase de abordar hacia otro tiempo.



Mucho se ha hablado de “la paradoja del abuelo” cuando se especula acerca de los viajes en el tiempo. Consiste, en breves palabras, en lo siguiente: una persona viaja en el tiempo –hacia el pasado— y mata a su abuelo. Como está previsto por la ley natural, desaparece enseguida, puesto que ni su padre ni él podrían haber sido concebidos si el abuelo estuvo muerto antes de procrear. Sin embargo, al desaparecer, desaparece también la posibilidad de que alguna vez haya viajado al pasado y haya asesinado a su abuelo, por lo que el pasado se reordena y él reaparece de inmediato, dispuesto a viajar al pasado una vez más. En otras palabras, el viajero queda envuelto en un bucle que lo lleva eternamente de la existencia a la no existencia y viceversa. Se convierte en una especie de gato de Schrödinger, vivo y muerto al mismo tiempo (explicación gráfica, click aquí). Esta paradoja, se dice, aparece por primera vez en El viajero imprudente, novela francesa del año 1943.



Fry, protagonista de Futurama, resuelve la paradoja de manera incestuosa y sorprendente en uno de los capítulos más memorables de la serie. Al asesinar a su abuelo (por equivocación) y no desaparecer, se convence de que ese señor no era realmente su abuelo y accede entonces a las invitaciones sexuales que le había estado asestando quien aparentemente era su abuela. Fruto de su relación sexual, aquella mujer queda embarazada de quien, a la postre, será el padre de Fry. Es entonces cuando se da cuenta de que el hombre al que asesinó, en efecto, nunca fue su abuelo, pero su viuda, sin embargo, siempre fue su abuela: él mismo es –siempre ha sido— su propio abuelo.

Todo esto me ha llevado a reflexionar sobre algunas consecuencias que tendría un eventualmente posible viaje a través del tiempo. Aquí algunas consideraciones.

1. No podremos viajar al pasado porque no podemos hacerlo ahora ni hemos podido antes.

La prueba más fehaciente de que nunca lograremos viajar al pasado es que no hay registro alguno de un viajero en el tiempo que nos haya visitado desde el futuro. Es así de simple, no podemos decir que quizás en el futuro sí podamos viajar en el tiempo porque eso implicaría que ya podríamos hacerlo desde hoy (con ayuda de un visitante del futuro) y que hubiéramos podido hacerlo desde siempre. El tiempo es un bloque al que llamamos, dependiendo de nuestro punto de vista, pasado, presente o futuro.

[A mí en lo personal me gustaría viajar al subjuntivo en lugar de ir al pasado, pero esa es una consideración que no debe trascender mi diario personal, así que hasta aquí la dejo.]

2. ¿Por qué preferiríamos viajar hacia el pasado?

Estoy dando por sentado que a la mayoría de la gente le interesaría más viajar hacia el pasado que hacia el futuro. Esto es porque todos sabemos bien lo que es viajar hacia el futuro: la vida no es sino un largo viaje en el tiempo hacia el futuro, a una velocidad de un segundo por segundo, como leí alguna vez en un tweet.



3. La ilusión óptica de Supermán.

En efecto, para viajar al pasado se tendría que viajar en sentido contrario y más rápidamente que la luz, la constante más importante de la ecuación entre tiempo, espacio y velocidad. ¿Por qué la luz es la más importante? Porque el tiempo es la medición del movimiento de la luz; el espacio es la condición de posibilidad de ese movimiento y la velocidad no es sino una relación básica entre tiempo y espacio. Este viaje, sin embargo, nos llevaría a algún sitio (geográficamente) distinto al que estamos, a menos que decidiéramos movernos en círculos, como Supermán cuando dio vueltas a la Tierra para hacerla girar en reversa. Es prudente decir aquí, tangencialmente, que Supermán quizás no hizo girar la Tierra al revés, sino que sólo hizo que pareciera que eso sucedía, gracias al contraste con un cuerpo que logró viajar más rápido que la imagen de la Tierra girando correctamente. En fin, a todo esto tendríamos que saber antes cuál es la dirección opuesta a la que lleva la luz. Yo, personalmente, no tengo maldita idea.



4. Si no sabemos cuál es la dirección opuesta a la que lleva la luz al viajar, el viaje tendría que hacerse hacia el futuro, pero eso también es complicado.

El tiempo que nos llevaría un viaje hacia delante (del tiempo), digamos, un día, es decir, que viajáramos a un futuro que está 24 horas delante de nosotros, dependería de la cantidad de velocidad con la que lográramos exceder la velocidad de la luz. Por ejemplo, si llegamos a viajar a una velocidad de 300 001 kilómetros por segundo (un kilómetro por segundo más rápido que la luz), tardaríamos millones de segundos en adelantarnos a la luz una hora. Si llegáramos a duplicar la velocidad de la luz (lo que impl1icaría una dieta rigurosísima que nos dejara con una masa corporal que equivaliera a la mitad de la que tiene un fotón), tardaríamos media hora en viajar una hora al futuro. Y yo no sé a ustedes, pero me parece demasiado esfuerzo para tan poca recompensa. Sobre todo lo que respecta a la dieta.



5. Aeropuerto de salida y aeropuerto de llegada.

En fin. Imaginemos que todo esto es posible y que sí, algún día se logra viajar al futuro en una máquina que no necesita avanzar como el Delorean de Back to the future, una máquina tan estúpida y fea como las bicicletas de gimnasio. ¿Qué pasaría sí viajamos doce horas al pasado? Pasaría que apareceríamos en China. Y si viajamos sin movernos con destino a seis meses en el pasado, probablemente apareceríamos a la mitad del espacio, porque la Tierra ya estaría al otro lado de su órbita.

[Lo propio será terminar esta disertación en texto alto con una oración en presente]

Me siento muy desilusionado y aquí, ahora, se me terminan las ganas de seguir pensando en esto (pero les dejo a Hipster J. Fox)

enero 31, 2012

La realidad existencial del hubiera.



“A veces estamos demasiado dispuestos a creer
que el presente es el único estado posible de las cosas”.
Marcel Proust.


“Vive el presente intensamente, es lo único que verdaderamente existe.” Este es el argumento de venta de una buena cantidad de campañas de publicidad y una forma astuta de resumir capítulos enteros de la literatura del silogismo tópico y la profundidad instantánea.

En realidad el presente es lo único que no existe.

Me explico. Desde el punto de vista epistemológico es muy claro, aunque muchos piensen que la epistemología (o teoría del conocimiento) es una disciplina demasiado teórica que siempre ha servido para esconder la escandalosa evidencia de la práctica con trucos mentales… En cierta forma sí lo es. Ni modo, así es la retórica. En fin, pensémoslo con calma. Cada sensación, al hacerse consciente, ha comenzado a formar parte del pasado –aun siendo una sensación continua, porque la idea o imagen de la sensación que hacemos consciente ya no es continua—. Por otro lado, cada pasión generada por las sensaciones vitales se formula en nuestro interior como un deseo, un anhelo, una voluntad, o simplemente como “unas ganas estúpidas de”. Por tanto, el motivo de la voluntad, lo que mueve al cuerpo a la percepción consciente, está siempre en el futuro.

Por eso, en mi opinión, comer cochinita pibil (o mantener una relación sexual o cualquier otra forma del placer) es un constante vaivén entre el recuerdo más reciente y el deseo más próximo.

El presente, esa moneda tan corriente en los libros de autoayuda y en las filosofías de paperback, es tan inasible como las partículas subatómicas. Heisenberg sonríe. O sonrió. O sonreirá. Basta intentar colocar el ojo en el presente para que ya haya desaparecido (el presente o el ojo, uno de los dos). ¿O está ahí y el ojo es imperfecto? Puede ser. Quizá no estemos acondicionados para mirar, tocar, oler o probar instantes. Mi opinión es que las cosas son así de fáciles. Nuestro cuerpo (quizá aun nuestra alma) no está diseñado para reparar en el instante: no podemos vivir el presente porque siempre se nos escapa.

Pero no es el fin del mundo. Al revés, es apenas el comienzo. Peores cosas que el presente se nos han escapado. A mí me gusta entender la asimilación de esta verdad como una liberación del peso constante que acostumbramos llevar sobre las espaldas: la responsabilidad de estar haciendo lo correcto. Al diablo. La vida es muy larga, no tienes que vivir cada instante intensamente (entre otras cosas porque no se puede).

El pasado, querido amigo, ese sí que existe. Atestigua su propia existencia todo el tiempo: pesa, condena, reprime, enorgullece o determina. Siempre está ahí.

¿Y el futuro? El futuro viene a nosotros en forma de deseo o de temor, de esperanza o de preocupación. El futuro es nuestra razón para vivir, más importante que la vida misma. Más nos vale que exista.

Y entonces aparece “el hubiera”. Alguien en el fondo de la sala gritará “¡el hubiera no existe, güey!” Y, si la justicia poética existiera, desaparecería dejando una estela de polvo óseo para beneplácito de todos los demás.

El hubiera no sólo existe, sino que es una de las ideas que posee más peso existencial en la historia de la humanidad. Es fértil, tiene la semilla del ser dentro de sí, preparándose para reventar alguna vez y dar paso a mundos imaginables (siempre imaginables).

El hubiera es esa forma verbal mayúscula, madurísima, que sabe que el presente es una ilusión, que nunca deja de ver el pasado –porque siempre que se usa se refiere al pasado (“hubiera dicho que sí”, “hubiera venido más temprano”)— y que siempre alude a la posibilidad, que es la madre del futuro. Es el tiempo verbal perfecto, "más que perfecto" (pluscuamperfecto) para ser exactos, del modo subjuntivo. Es la forma en la que la existencia se expresa en grado mayor, en la sublimidad de la sutileza mental. Es el tesoro del sibarismo intelectual.

El hubiera sirve para aprender, para no cometer el mismo error más de una vez como si fuéramos animales: “hubiera salido con paraguas, la próxima vez lo haré”, “me hubiera quedado quieto en lugar de meter los dedos al enchufe”, “hubiera dejado que los judíos vivieran en paz en Berlín”. Es la piedra angular del progreso.

El hubiera sirve también para imaginar, para crear: “si hubiera aquí un puente”, “si hubiera una forma de comunicarme con alguien de otro continente”, “si hubiera una pareja de amantes de familias enemigas en Verona”, “si hubiera una forma de ver una figura desde varios ángulos al mismo tiempo”, “si hubiera un lugar en La Mancha en el que…”

Al ser una herramienta (verbal, lingüística), el hecho mismo de servir le dota de existencia, de perfección en la existencia, de sustancia (para sonar más clásico que Bowie).

El hubiera niega el presente, reafirma su inexistencia. Pero, en compensación (grave, grande, deliciosa compensación), nos ofrece la posibilidad, que es la condición más necesaria para el movimiento, para el crecimiento (que es una forma de movimiento), para la creación y para la esperanza. El hubiera vuelve la vista atrás y luego la coloca hacia delante. Es nuestro rasgo más humano, es lo único que existe.

Si tan solo hubiera más gente que creyera en él…

enero 02, 2012

Entrevista con un zombie (presidenciable).



Lo encontré en su casa. Olía bastante bien como para llevar tres meses muerto. Una ambigüedad aromática que oscilaba entre el pescado y el comino, ambos frescos. Me abrió la puerta: perdió dos falanges en la operación de correr el pestillo y se rompió la muñeca –la que le quedaba sana— al girar la manija. Aun así me extendió los buenos días con un aliento que, de haber seguido con vida, lo habría calificado como estertor. Estaba entusiasmado con la entrevista o quizá simplemente el gesto de sorpresa se le había congelado en el rostro por el rigor mortis. Me ofreció café y encendí la grabadora.

FOBIOSOFÍA: ¿Cómo califica el estado biológico en el que se encuentra ahora?
ZOMBIE ENRIQUE P.N.: Podría llamarle vida (con la pronunciación de la “d” perdió una pieza dental que aterrizó en mi taza de café) pero sería injusto. No he respirado desde hace tres meses, aunque si se le ve el lado positivo, por esa misma razón no he sufrido al sacar la basura orgánica. Es una existencia, digamos, muy parecida a la que llevaban los jubilados en el tercer mundo antes de que yo cumpliera mis compromisos firmados ante notario.

F: ¿Cuál es su principal dificultad en esta nueva etapa de su existencia?
ZEPN: La principal es abstenerse de los mítines populares por más que me den ganas de hacerle al grillo. Me resulta muy difícil caminar. Uno no sabe qué tanto ama a su hipotálamo hasta que lo tiene necrosado. También resulta incómodo limpiar la coladera de la ducha. Ahora, además de pelos, se tapa con dientes, jirones de piel y apenas la semana pasada tuve que llamar a un fontanero para desatascar el tubo central que se había tapado con uno de mis globos oculares.

F: ¿Cómo fue su experiencia de muerte? ¿Se parece a lo que los vivos especulan que sucede?
ZEPN: Sí y no. En cuanto al flashback de toda tu vida pasando frente a tus ojos, no. Nada que ver. Ahora bien, lo de la luz al final del túnel sí lo viví. Claro que pudo haber sido porque me atropelló un auto que venía entrando al túnel en el que yo caminaba. Me dirigí a la luz (tenía un faro fundido) y pum. Todo se acabó.

F: ¿Encuentra alguna ventaja de su nuevo estado?
ZEPN: Sí. La primera es que mi contrato de matrimonio expiró junto conmigo. Volví a ser un hombre libre. Créame esto: es mejor ser un muerto que un viudo, se tienen más chances de ligar en un bar. Lo digo por experiencia (las dos cosas).

F: ¿Algo más?
ZEPN: Sí, muchas cosas. Dejé de temerle a la muerte. Además puedo fumar y beber lo que yo quiera sin consecuencias nocivas para mi corazón o para el hígado. Incluso el alcohol me viene bien, me tiene mejor conservado por dentro. También ahorro mucho en cremas humectantes.

F: ¿Qué es lo que más extraña de su vida?
ZEPN: Las elecciones.
F:¿Las elecciones?
ZEPN: Perdón, quise decir erecciones. Es que como se me cayó el diente... Erecciones. ¿Sabe qué tan difícil es conseguir un levantón cuando no se tiene sangre circulando por el cuerpo? Pero bueno, hay métodos alternativos que estoy indagando.

F: ¿Se considera usted inmortal?
ZEPN: Técnicamente soy más bien inerte. Pero la inmortalidad y la inercia se parecen mucho. Salvo que en la primera uno luce un poco más guapo.

F: Sus métodos de alimentación. ¿Cómo son? ¿Qué come? ¿Cómo lo consigue?
ZEPN: Ciertamente me siento muy atraído a la materia gris. Todo mundo desea aquello de lo que carece, decía la Biblia… ¿O era Archer? Bueno, nunca fui muy bueno con eso de los autores. Sin embargo, las quesadillas de sesos hacen el truco. El control de colesterol es cosa del pasado para mí y en el puesto del mercado al que voy son muy buenas y muy baratas. El cerebro humano no me apetece, tiene un resabio amargo.

F: ¿Cómo consigue llevar su día a día? ¿Trabaja?
ZEPN: El contrato con mi partido caducó junto conmigo, así que técnicamente soy desempleado. Tampoco me aceptaron en ninguna escuela, los cursos ya habían comenzado y no me quisieron revalidar. Pero por otra parte sigo acudiendo a la oficina. Muchos no han notado siquiera que fallecí. Llego, me siento en la misma silla, miro las mismas páginas de internet, platico las mismas tonterías en la zona del café y cabeceo como todos los demás durante la mayor parte de la tarde. En cuanto al dinero le diré que todo me convino: cobré mi seguro y se canceló mi hipoteca. El sueño de todo hombre maduro.

F: Así que es usted un “nini”.
ZEPN: Soy un “nininí”, para ser justo. Ni estudio ni trabajo ni respiro.

F: ¿Se arrepiente de algo en su vida?
ZEPN: Pues hay algunas cosas que no hice pensando en que podría morir. Ese dicho “hay más tiempo que vida” lo inventó alguien que nunca fue un zombie. Aunque es cierto que hay cosas que uno ya no puede hacer en este estado. Suicidarse o cantar “Livin’ la vida loca” son sólo algunas de ellas.



F: ¿Junto con su vida, se carrera política también terminó?
ZEPN: No lo creo. Ya ve que decían que se habían extinguido los dinosaurios y ahora están de regreso. Lo mismo puede pasar conmigo. Y es que aunque débil y cenizo, el copete todavía lo tengo.

F: ¿Los zombies deben tener los mismos derechos que los vivos?
ZEPN: Me parece que sí. Claro, hasta entre los zombies hay clases. La prole zombie es algo numerosa y debe ser tomada en cuenta como una minoría. Los derechos humanos son algo que se puede extender para los zombies (claro, salvo el derecho a la vida).

F: ¿Ha sentido rechazo o discriminación?
ZEPN: Claro. Me tratan como si fuera un indígena de Atenco. Pero eso es porque no entienden que no soy un zombie, soy un ser humano con capacidades diferentes. Por “ser” entendamos “mera entidad”; por “humano” entendamos “de origen orgánico”; por “capacidades” entendamos “signos vitales” y por “diferentes” entendamos “nulos”. No-ser no significa no-ser-humano. ¿O sí?



F: ¿Seguirá contendiendo por la presidencia?
ZEPN: Por supuesto que sí. El equipo de maquillaje de Televisa está lleno de verdaderos artistas. Por lo demás, todo seguiría siendo igual. De cualquier forma sólo tengo que actuar el libreto y eso, hasta un muerto puede hacerlo. Además, ¿han visto el cutis de Creel, sobre todo en la región nasal? Si él puede seguir en la contienda con eso, yo también.

F: ¿Se verá modificada su propuesta de gobierno después de este “percance”?
ZEPN: Absolutamente. Ahora tendré una.

Sin que se me agotaran las preguntas, salí de la casa fingiendo una prisa que no tenía. La verdad es que me entraron ganas de vomitar y no quería hacerlo frente al neoexprecandidato en su prístino living. Transcribí entonces la charla, que parece exactamente lo que es, una entrevista de un seudoperiodista con prisa a un muerto con apuntador.