“A veces estamos demasiado dispuestos a creer
que el presente es el único estado posible de las cosas”.
Marcel Proust.
“Vive el presente intensamente, es lo único que verdaderamente existe.” Este es el argumento de venta de una buena cantidad de campañas de publicidad y una forma astuta de resumir capítulos enteros de la literatura del silogismo tópico y la profundidad instantánea.
En realidad el presente es lo único que no existe.
Me explico. Desde el punto de vista epistemológico es muy claro, aunque muchos piensen que la epistemología (o teoría del conocimiento) es una disciplina demasiado teórica que siempre ha servido para esconder la escandalosa evidencia de la práctica con trucos mentales… En cierta forma sí lo es. Ni modo, así es la retórica. En fin, pensémoslo con calma. Cada sensación, al hacerse consciente, ha comenzado a formar parte del pasado –aun siendo una sensación continua, porque la idea o imagen de la sensación que hacemos consciente ya no es continua—. Por otro lado, cada pasión generada por las sensaciones vitales se formula en nuestro interior como un deseo, un anhelo, una voluntad, o simplemente como “unas ganas estúpidas de”. Por tanto, el motivo de la voluntad, lo que mueve al cuerpo a la percepción consciente, está siempre en el futuro.
Por eso, en mi opinión, comer cochinita pibil (o mantener una relación sexual o cualquier otra forma del placer) es un constante vaivén entre el recuerdo más reciente y el deseo más próximo.
El presente, esa moneda tan corriente en los libros de autoayuda y en las filosofías de paperback, es tan inasible como las partículas subatómicas. Heisenberg sonríe. O sonrió. O sonreirá. Basta intentar colocar el ojo en el presente para que ya haya desaparecido (el presente o el ojo, uno de los dos). ¿O está ahí y el ojo es imperfecto? Puede ser. Quizá no estemos acondicionados para mirar, tocar, oler o probar instantes. Mi opinión es que las cosas son así de fáciles. Nuestro cuerpo (quizá aun nuestra alma) no está diseñado para reparar en el instante: no podemos vivir el presente porque siempre se nos escapa.
Pero no es el fin del mundo. Al revés, es apenas el comienzo. Peores cosas que el presente se nos han escapado. A mí me gusta entender la asimilación de esta verdad como una liberación del peso constante que acostumbramos llevar sobre las espaldas: la responsabilidad de estar haciendo lo correcto. Al diablo. La vida es muy larga, no tienes que vivir cada instante intensamente (entre otras cosas porque no se puede).
El pasado, querido amigo, ese sí que existe. Atestigua su propia existencia todo el tiempo: pesa, condena, reprime, enorgullece o determina. Siempre está ahí.
¿Y el futuro? El futuro viene a nosotros en forma de deseo o de temor, de esperanza o de preocupación. El futuro es nuestra razón para vivir, más importante que la vida misma. Más nos vale que exista.
Y entonces aparece “el hubiera”. Alguien en el fondo de la sala gritará “¡el hubiera no existe, güey!” Y, si la justicia poética existiera, desaparecería dejando una estela de polvo óseo para beneplácito de todos los demás.
El hubiera no sólo existe, sino que es una de las ideas que posee más peso existencial en la historia de la humanidad. Es fértil, tiene la semilla del ser dentro de sí, preparándose para reventar alguna vez y dar paso a mundos imaginables (siempre imaginables).
El hubiera es esa forma verbal mayúscula, madurísima, que sabe que el presente es una ilusión, que nunca deja de ver el pasado –porque siempre que se usa se refiere al pasado (“hubiera dicho que sí”, “hubiera venido más temprano”)— y que siempre alude a la posibilidad, que es la madre del futuro. Es el tiempo verbal perfecto, "más que perfecto" (pluscuamperfecto) para ser exactos, del modo subjuntivo. Es la forma en la que la existencia se expresa en grado mayor, en la sublimidad de la sutileza mental. Es el tesoro del sibarismo intelectual.
El hubiera sirve para aprender, para no cometer el mismo error más de una vez como si fuéramos animales: “hubiera salido con paraguas, la próxima vez lo haré”, “me hubiera quedado quieto en lugar de meter los dedos al enchufe”, “hubiera dejado que los judíos vivieran en paz en Berlín”. Es la piedra angular del progreso.
El hubiera sirve también para imaginar, para crear: “si hubiera aquí un puente”, “si hubiera una forma de comunicarme con alguien de otro continente”, “si hubiera una pareja de amantes de familias enemigas en Verona”, “si hubiera una forma de ver una figura desde varios ángulos al mismo tiempo”, “si hubiera un lugar en La Mancha en el que…”
Al ser una herramienta (verbal, lingüística), el hecho mismo de servir le dota de existencia, de perfección en la existencia, de sustancia (para sonar más clásico que Bowie).
El hubiera niega el presente, reafirma su inexistencia. Pero, en compensación (grave, grande, deliciosa compensación), nos ofrece la posibilidad, que es la condición más necesaria para el movimiento, para el crecimiento (que es una forma de movimiento), para la creación y para la esperanza. El hubiera vuelve la vista atrás y luego la coloca hacia delante. Es nuestro rasgo más humano, es lo único que existe.
Si tan solo hubiera más gente que creyera en él…
2 comentarios:
Me acordé de un pasaje de un libro sobre la conciencia que leí hace poquito y decía que para lo que realmente sirve un cerebro es para esquivar un ladrillo; es decir, para crear expectativas, predecir el futuro. Muy bueno el show, amigo. Abrazo.
Qué post tan chido! me gustó. Al final te salió lo optimista, aprender del hubiera o tomarlo como potencialidad de algo nuevo y creativo. Pero no olvides la tragedia humana, no se aprende siempre y de ahí, las vueltas infinitas a la derrotas. Y me uno a ti con un optimismo pero melancólico: poder contar historias de las tristezas y derrotas humanas.
Ana
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