Los centros comerciales. Todos decimos que los odiamos y quizá, por algunos breves momentos, es verdad. Pero también es cierto que los amamos. En estas cosas sentimentales la lógica escapa de la argumentación y deja de operar. Podemos amar y odiar a la vez. Incluso puede ser más común que suceda eso a que sintamos el amor o el odio en estado puro.
Una chica guapa pasa junto a nosotros. Sonríe. Amamos los centros comerciales.
Un niño llora con los cachetes llenos de helado de fresa porque no quieren sacarlo de la carriola. Odiamos los centros comerciales.
Es un estatus sentimental menguante. Un bienestar malestar. Una contrariedad agotadora.
Y no creo que sea necesario ahondar en la descripción de la zona de comida rápida, el estarbucs, la tienda del fumador, el volanteo intenso, las colas del único cajero automático, las escaleras eléctricas con caramelo en el barandal, el rechinido de llantas en ese piso que sólo se usa para estacionamiento de plaza comercial, la acción de memorizar E4 NARANJA para encontrar el auto al final. En fin, repito, no hay por qué ahondar en eso.
Sólo se trajo a cuento la idea del centro comercial con ocasión de una ventana de oportunidad para hacer negocios que observé en mi última visita a uno de estos lugares. Puede ser un negocio furtivo y lo comentaré a continuación para que lo aprovechen las personas que son, a la vez, idiotas y emprendedores. Quizá debería comenzarlo yo para ganar mucho dinero, pero tengo otros planes más trascendentales para estas noches: me dejé largas las uñas de los pies y me voy a quitar una a una con un cúter, haciéndoles cortes al ras con figuras de montañas famosas para que, juntas las diez, luzcan como un paraje Nepalesco.
Cuando entramos al centro comercial en automóvil, oprimimos un botón y recibimos un boleto como este:
Después tenemos que serpentear por los ajustados y sinuosos recovecos hasta hallar un lugar vacío, preferentemente cerca de las escaleras eléctricas. Y ahí es donde comienza el problema. Nunca sabemos qué hacer con el boleto cuando llega la primera curva. La primera vez que entramos a un estacionamiento robotizado, seguramente nos sucedió esto:
El boleto sufrió daños irreversibles para los efectos de lectura electrónica. Hubo que hacer un trámite y pagar como boleto perdido. Carajo.
Entonces, desde la segunda vez que entramos a un estacionamiento de esta índole, decidimos actuar rápido y ponérnoslo así:
La primera vez que lo hice pensé que yo era el único, pero siempre veo pasar a otros conductores con el boleto en la boca. ¿El resultado? Boleto electrónicamente intacto, pero un gusto a composta que duró varios minutos y pellejos del labio desgarrados. Muy desagradable.
¿La solución? Hacer boletos confitados sabor chocolate. Ahí les dejo ya el arte para la publicidad. Róbenlo y hagan negocio. Pronto estaré publicando nuevas ideas para ayudar a que la gente empiece a hacer dinero sin necesidad de pensar cómo en esta nueva sección del blog.
2 comentarios:
joi joi no es mala idea, pero debe tener una leyenda: SABEN BIEN, PERO NO LOS MUERDAS
Eres un imbécil...pero me haces reír horas y horas...y lo que es peor, tu creatividad recorre el mundo cuando mis instintos comunicadores me obligan a reunir a gente igual de aburrida, hueca y pendeja que yo que también se ríe con tus aún más pendejas entradas. besos gordito.
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