diciembre 19, 2007
CRÓNICAS ANALÓGICAS / the blue pill
Ana salió una tarde de compras. Se sentía rara, como perseguida. Decir que iba de compras es una licencia del narrador, en realidad sólo iba a hacer una compra, pero siempre se usa la frase "salir de compras" y no quiero ser un aguafiestas.
Iba a la farmacia a comprar píldoras para el dolor de garganta, por cuanto había estado muy nerviosa y carraspera, sobre todo por las noches, con cualquiera que se le cruzara al paso. El mal humor no era la causa de su dolor de garganta, más bien era el efecto, pero, como toda enfermedad que valga la pena, se convirtió en un círculo vicioso que confabula contra el orden natural, confundiendo causa con efecto y viceversa. Bueno, claro que viceversa, porque cuando se confunde de un lado se confunde también del otro.
Antes de llegar a la farmacia, fue abordada por un señor que le ofreció, qué casualidad, píldoras. Pero estas píldoras no eran para aliviar la garganta ni el mal humor. Eran dos píldoras, un roja y una azul. Ana preguntó por el precio, cosa bastante extraña, porque noventa y nueve de cada cien personas hubiera preguntado primero para qué sirven las píldoras antes de preguntar por su precio. Y es lógico: si no tienes idea de lo que te están ofreciendo, ¿cómo vas a poder juzgar si el precio en el que te lo están ofreciendo es justo? Pero Ana no quería juzgar si era justo su precio, únicamente sintió una exagerada curiosidad por saberlo. Le pasaba a menudo con cosas como esta. En fin, no era extraño que Ana fuera ese uno de cien que no hace determinada cosa.
Las píldoras costaban 500 pesos, pero sólo se podía elegir una. De cualquier forma, si no se sabe para qué son, ¿quién va a querer dos?
Casi cualquiera que haya visto Mátrix ha podido adivinar de qué se trata. Y digo casi porque Ana había visto la película antes, pero había tomado por equivocación una píldora azul al salir del cine y lo había olvidado.
El hombre habló al fin y le explicó de qué se trataba. Los quinientos pesos cobraban sentido. Una pastilla para olvidar a ese precio es una ganga: si no creen a este narrador, pregúntenle a cualquiera que haya estado en presencia de Elba Esther Gordillo lo que hubiera pagado por olvidar.
Ana compró la píldora porque estaba segura de que, tanto el dolor de garganta como el mal humor, eran fruto de su mente. Pensó que si lo olvidaba, quedaría curada.
Antes de dormir se tomó la píldora azul prometiéndose a sí misma no volver a jugar así con su cerebro nunca más, sabiendo también que olvidaría esa promesa. Y es que un dolor de garganta puede hacer que la gente haga cosas que en situaciones normales no haría jamás.
A la mañana siguiente Ana salió de casa. Iba de compras. Iba a la farmacia. Su dolor de garganta no cedió porque no era una cuestión mental. Antes de llegar, se encontró con un señor que le ofreció una de dos píldoras. Ana preguntó por el precio de las píldoras.
Dos meses después, el señor que vendía píldoras se había vuelto millonario y Ana se había quedado pobre.
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