noviembre 24, 2008

Las y los pendejos (Bonus Track)

¿Quién le dijo a los políticos que decir “las y los mexicanos” es correcto? ¿Qué no se dan cuenta de que el artículo “las” responde al sustantivo “mexicanas” y el artículo “los” al sustantivo “mexicanos”? Hay un error de concordancia en género, porque aunque les duela, en el idioma castellano se eligió el masculino como el que se tiene que utilizar cuando se hace referencia a más de un género.

Mostrar un trato digno a las mujeres va más allá de eufemismos mal utilizados. Sería un mejor detalle investigar a cabalidad lo que sucede en Ciudad Juárez. Con “las y los muertas de Juárez”.

Nomenclaturas burocráticas

Alberto, burócrata legislador, caminaba hacia su respectiva cámara cuando pensó que ese era un buen día para comprar un boleto de lotería. Desvió su ruta habitual un par de cuadras para pasar por la calle que queda entre 5 de mayo y 20 de noviembre. Debería llamarse algo así como 15 de agosto, pero no. Inexplicablemente la calle se llama López.

Llegó a la esquina donde siempre había un viejo vendedor de lotería cuyo nombre ignoraba. El viejo no estaba. En su lugar, barría la calle Bruno. Entonces tuvo lugar esta conversación, que reproduzco con la mayor fidelidad que mi memoria golpeada por el alcohol puede proferir.

Sobra decir que… un momento, si sobra decirlo, entonces no lo diré. Aquí la conversación:

A: Oiga, ¿no ha visto al vendedor de lotería que siempre está aquí?
B: ¿Cuál, el viejito?
A: No le diga viejito… es… es… de la tercera edad.
B: ¿Qué? Es un viejo.
A: Puedes decirle “joven de corazón” en lugar de viejo. Así no eres despectivo.
B: ¿Joven de corazón? ¿De qué está hablando? Creo que el primer órgano que funcionó en su cuerpo fue el corazón. De hecho es más viejo de corazón que viejo a secas. Y no soy despectivo. El viejo come en mi casa todos los días. ¿Usted qué hace por él además de no decirle viejo?
A: Bueno, este… ¿lo vio o no?
B: No, pero vino el ciego, que también vende lotería.
A: ¿Ciego? No sea irrespetuoso, dígale mejor débil visual.
B: No, no es débil visual. Es ciego. Y no dije “pinche ciego” ni nada.
A: Ay, mano… usté sí que no sabe nada de nomenclaturas para las personas con capacidades especiales…
B: Capacidades especiales serían ver más allá de lo evidente, como Leono y su espada del augurio, o correr como Cheetara…
A: ¿De qué está hablando?
B: ¿De qué está hablando usted? Mi padre es cojo y no tiene ninguna capacidad especial. De hecho no sabe ni leer y anda en una silla de ruedas todo el día. ¿O se dice capacitador especial o trono móvil para personas especiales?
A: No sea payaso.
B: Usted no sea payaso. Apoco cree que mi padre se refiere al camión que lo atropelló como “el camión que me hizo el favor de otorgarme capacidades especiales”? Pareciera que perder un brazo, por ejemplo, en lugar de una desgracia se trata de una distinción del destino hacia uno.
A: Pues sí es una desgracia, pero igual hay que llamarle a la gente de una manera correcta.
B: Ya me cagó un poco, señor. Mire, en lugar de andar buscando cómo mierdas llamarle a un ciego, un cojo o un manco, preocúpese por lograr una edición en braile del Diario Oficial de la Federación, por ejemplo, para que el ciego se entere de cómo se tiene que referir a sí mismo y cuál es el impuesto que le toca pagar.

El joven Alberto se retiró, pensativo, a seguir legislando. Bruno siguió barriendo como el puto empleado que es.